Las acusaciones sobre la utilización del programa informático Pegasus para vigilar a periodistas, activistas e incluso a líderes políticos nos muestran que la vigilancia digital está ahora en venta.
Según algunas fuentes, alrededor del mundo más de 600 políticos y funcionarios, 189 periodistas, 64 ejecutivos de negocios y 85 activistas, entre otros, habrían sido víctimas de este espionaje. Unos 50.000 números de teléfono habrían sido filtrados.
La compañía detrás de Pegasus, NSO Group, ha negado las acusaciones, indicando que no pone estas herramientas en manos de cualquiera y que sus clientes son cuidadosamente valorados.
Pero este es otro indicio de que las complejas tecnologías de espionaje, que solían ser exclusivas de algunos estados, ahora están al alcance de más actores, desafiando la forma en la que concebimos la privacidad y la seguridad en un mundo interconectado.
En un pasado no tan distante, no era tan sencillo para un servicio secreto saber qué estabas haciendo. Podían solicitar una orden judicial para espiar tus conversaciones telefónicas o enviar a un equipo para que te siguiera.
En el pasado, el cibersecuestro de datos conocido como ransomware, que permite a piratas informáticos exigir un pago para permitirte ingresar a tu propio sistema, era el territorio exclusivo de redes criminales.
Ahora, esta tecnología se vende como un "servicio" en la internet profunda.
Un individuo puede aceptar compartir con estas bandas una parte de los beneficios y ellas no solo suministran las herramientas sino que también ofrecen asesoramiento, incluyendo un contacto para resolver dudas en caso de problemas.
Otras técnicas como el rastreo de una persona o el desarrollo de perfiles de actividad y comportamiento de un sujeto, que en el pasado requerían un acceso especial y cierta autoridad, ahora están ampliamente disponibles.
Y cuando hablamos de vigilancia no nos referimos solo a gobiernos.
Hablamos también de lo que las compañías pueden hacer para saber de nosotros, no necesariamente implantando un sistema informático malicioso, pero a través de un rastreo de lo que nos interesa en nuestras redes sociales para gestionar una publicidad más personalizada.
Todo eso crea una cantidad ingente de información que los negocios pueden usar, pero que también puede ser robada por piratas informáticos o revisada por los gobiernos.
Algunas de estas posibilidades están ahora a la venta para cualquiera, incluso para aquellas personas nerviosas o proclives a la sospecha que quieren saber dónde están sus familiares o parejas.
Esto implica que podemos estar a un paso de entrar a un mundo en el que todos nos podemos volver espías, pero también -y con la misma facilidad- podemos ser espiados.
Según algunas fuentes, alrededor del mundo más de 600 políticos y funcionarios, 189 periodistas, 64 ejecutivos de negocios y 85 activistas, entre otros, habrían sido víctimas de este espionaje. Unos 50.000 números de teléfono habrían sido filtrados.
La compañía detrás de Pegasus, NSO Group, ha negado las acusaciones, indicando que no pone estas herramientas en manos de cualquiera y que sus clientes son cuidadosamente valorados.
Pero este es otro indicio de que las complejas tecnologías de espionaje, que solían ser exclusivas de algunos estados, ahora están al alcance de más actores, desafiando la forma en la que concebimos la privacidad y la seguridad en un mundo interconectado.
En un pasado no tan distante, no era tan sencillo para un servicio secreto saber qué estabas haciendo. Podían solicitar una orden judicial para espiar tus conversaciones telefónicas o enviar a un equipo para que te siguiera.
En el pasado, el cibersecuestro de datos conocido como ransomware, que permite a piratas informáticos exigir un pago para permitirte ingresar a tu propio sistema, era el territorio exclusivo de redes criminales.
Ahora, esta tecnología se vende como un "servicio" en la internet profunda.
Un individuo puede aceptar compartir con estas bandas una parte de los beneficios y ellas no solo suministran las herramientas sino que también ofrecen asesoramiento, incluyendo un contacto para resolver dudas en caso de problemas.
Otras técnicas como el rastreo de una persona o el desarrollo de perfiles de actividad y comportamiento de un sujeto, que en el pasado requerían un acceso especial y cierta autoridad, ahora están ampliamente disponibles.
Y cuando hablamos de vigilancia no nos referimos solo a gobiernos.
Hablamos también de lo que las compañías pueden hacer para saber de nosotros, no necesariamente implantando un sistema informático malicioso, pero a través de un rastreo de lo que nos interesa en nuestras redes sociales para gestionar una publicidad más personalizada.
Todo eso crea una cantidad ingente de información que los negocios pueden usar, pero que también puede ser robada por piratas informáticos o revisada por los gobiernos.
Algunas de estas posibilidades están ahora a la venta para cualquiera, incluso para aquellas personas nerviosas o proclives a la sospecha que quieren saber dónde están sus familiares o parejas.
Esto implica que podemos estar a un paso de entrar a un mundo en el que todos nos podemos volver espías, pero también -y con la misma facilidad- podemos ser espiados.